Tal día como hoy, en 1931, Clara Campoamor pronunciaba en las Cortes su discurso en defensa del derecho de las mujeres españolas a votar. Y venció. El sufragio femenino quedó aprobado, con 161 votos a favor y 121 en contra.
Resulta prácticamente imposible encontrar hoy en la prensa alguna referencia a este importante aniversario. Pero nosotras no lo olvidamos.
"Señores diputados: lejos yo
de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega, señorita Kent,
comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en
trance de negar la capacidad inicial de la mujer. Creo que por su pensamiento
ha debido de pasar, en alguna forma, la amarga frase de Anatole France
cuando nos habla de aquellos socialistas que, forzados por la necesidad,
iban al Parlamento a legislar contra los suyos.
Respecto a la serie de
afirmaciones que se han hecho esta tarde contra el voto de la mujer, he
de decir, con toda la consideración necesaria, que no están apoyadas en la
realidad. Tomemos al azar algunas de ellas. ¿Que cuándo las mujeres se han
levantado para protestar de la guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no
los hombres? Segundo: ¿quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la
guerra de Cuba más que las mujeres? ¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades
del Ateneo, con motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que
iban en mayor número que los hombres?
¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado...
las mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?
Pero, además, señores diputados,
los que votasteis por la República, y a quienes os votaron los republicanos,
meditad un momento y decid si habéis votado solos, si os votaron sólo los hombres.
¿Ha estado ausente del voto la mujer? Pues entonces, si afirmáis que la mujer
no influye para nada en la vida política del hombre, estáis –fijaos bien–
afirmando su personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en
nombre de esa personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y
declaráis, por lo que cerráis las puertas a la mujer en materia electoral?
¿Es que tenéis derecho a hacer eso? No; tenéis el derecho que os ha dado
la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural
fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano, y lo que hacéis
es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese
poder no podéis seguir detentándolo.
No se trata aquí esta cuestión
desde el punto de vista del principio, que harto claro está, y en vuestras
conciencias repercute, que es un problema de ética, de pura ética reconocer a
la mujer, ser humano, todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796,
se ha aceptado, en principio también, el postulado de que sólo aquel que
no considere a la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los
derechos del hombre y del ciudadano no deben ser los mismos para la mujer
que para el hombre. Y en el Parlamento francés, en 1848, VictorConsiderant se
levantó para decir que una Constitución que concede el voto al mendigo, al
doméstico y al analfabeto –que en España existe– no puede negárselo a la mujer.
No es desde el punto de vista del principio, es desde el temor que aquí se
ha expuesto, fuera del ámbito del principio –cosa dolorosa para un
abogado–, como se puede venir a discutir el derecho de la mujer a que sea reconocido
en la Constitución el de sufragio. Y desde el punto de vista práctico,
utilitario, ¿de qué acusáis a la mujer? ¿Es de ignorancia? Pues yo no
puedo, por enojosas que sean las estadísticas, dejar de referirme a un
estudio del señor Luzuriaga acerca del analfabetismo en España.
Hace él un estudio cíclico desde
1868 hasta el año 1910, nada más, porque las estadísticas van muy
lentamente y no hay en España otras. ¿Y sabéis lo que dice esa estadística?
Pues dice que, tomando los números globales en el ciclo de 1860 a 1910, se
observa que mientras el número total de analfabetos varones, lejos de
disminuir, ha aumentado en 73.082, el de la mujer analfabeta ha disminuido
en 48.098; y refiriéndose a la proporcionalidad del analfabetismo en la
población global, la disminución en los varones es sólo de 12,7 por cien, en
tanto que en las hembras es del 20,2 por cien. Esto quiere decir
simplemente que la disminución del analfabetismo es más rápida en las
mujeres que en los hombres y que de continuar ese proceso de disminución
en los dos sexos, no sólo llegarán a alcanzar las mujeres el grado de
cultura elemental de los hombres, sino que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y
desde 1910 ha seguido la curva ascendente, y la mujer, hoy día, es menos
analfabeta que el varón. No es, pues, desde el punto de vista de la
ignorancia desde el que se puede negar a la mujer la entrada en la
obtención de este derecho.
Otra cosa, además, al varón que
ha de votar. No olvidéis que no sois hijos de varón tan sólo, sino que se
reúne en vosotros el producto de los dos sexos. En ausencia mía y leyendo el
diario de sesiones, pude ver en él que un doctor hablaba aquí de que no
había ecuación posible y, con espíritu heredado de Moebius y Aristóteles,
declaraba la incapacidad de la mujer.
A eso, un solo argumento: aunque
no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la
mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos
votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos,
porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos
partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos
producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de
mí a vosotros.
Desconocer esto es negar la
realidad evidente. Negadlo si queréis; sois libres de ello, pero sólo en
virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por su
claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros
mismos las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al
margen a la mujer.
Yo, señores diputados, me siento
ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error
político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y
confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas
en la revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se
incorpora al derecho y no hay sino que empujarla a que siga su
camino.
No dejéis a la mujer que, si es
regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la
mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el
comunismo.
No cometáis, señores diputados,
ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la República,
ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera ansiosa
el momento de su redención.
Cada uno habla en virtud de una
experiencia y yo os hablo en nombre de la mía propia. Yo soy diputado por
la provincia de Madrid; la he recorrido, no sólo en cumplimiento de mi deber,
sino por cariño, y muchas veces, siempre, he visto que a los actos
públicos acudía una concurrencia femenina muy superior a la masculina, y
he visto en los ojos de esas mujeres la esperanza de redención, he visto
el deseo de ayudar a la República, he visto la pasión y la emoción que
ponen en sus ideales. La mujer española espera hoy de la República la
redención suya y la redención del hijo. No cometáis un error histórico que
no tendréis nunca bastante tiempo para llorar; que no tendréis nunca
bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer,
que representa una fuerza nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía y
apoyo para los hombres que estaban en las cárceles; que ha sufrido en
muchos casos como vosotros mismos, y que está anhelante, aplicándose a sí
misma la frase de Humboldt de que la única manera de madurarse para el
ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de
ella.
Señores diputados, he pronunciado
mis últimas palabras en este debate. Perdonadme si os molesté, considero
que es mi convicción la que habla; que ante un ideal lo defendería hasta
la muerte; que pondría, como dije ayer, la cabeza y el corazón en el
platillo de la balanza, de igual modo Breno colocó su espada, para que se
inclinara en favor del voto de la mujer, y que además sigo pensando, y no
por vanidad, sino por íntima convicción, que nadie como yo sirve en estos momentos
a la República española."
Hay fechas que no debemos olvidar para saber de donde venimos y por donde vamos. Aunque, por eso mismo, nos demos cuenta de todo lo que nos falta por recorrer. Es bueno que alguien nos mantenga viva la memoria para seguir luchando y seguir abriendo puertas, ventanas o pasillos. No debemos rendirnos. La historia nos demuestra que el cambio es posible, que una sociedad mas igualitaria se construye con la ayuda de todos y de todas, que el desaliento no nos debe vencer, que no podemos dejarnos derrotar ni siquiera por las mujeres que piensan todavía que son inferiores por el hecho de nacer mujer. La educación es imprescindible. Feliz conmemoración del logro del voto femenino.
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